viernes, 17 de mayo de 2013

Madres de corazón



Begoña Amate acoge durante meses a bebés separados de sus familias. Ilse Robledo convive con 6 niños en una residencia de Aldeas Infantiles. Elena Marigorta cuida desde los 10 meses a dos niños que tienen ahora 7 y 4 . Elisabet Ruiz hace de 'papá y mamá' todas las tardes en una ludoteca. Maria Estrella es enfermera y trabaja con niños para la ONG Plan
Rosalba Morales ejerce de madre cuidadora en Chihuahua (México).


Existen niños para los que la infancia no es sinónimo de alegría y crecer es un camino de piedras. Y existen personas que les tienden su mano para ayudarles a avanzar. En el día de la Madre, damos voz a seis de esas mujeres que cuidan a menores en algún rincón del mundo como si fueran sus propios hijos.

Begoña Amate: 'Con nosotros experimenta lo que es ser querido'

Refugiada en los brazos de su hermana mayor, Elena (nombre ficticio), de 19 meses, mira con atención a los desconocidos y les regala una sonrisa. Su madre de acogida, Begoña Amate, observa a su "princesa" con inmenso cariño. Los pasitos que da ahora entre el reconocimiento de los que la rodean son el resultado del esfuerzo y de su dedicación en exclusiva a esta pequeña "con necesidades especiales".

Ella, junto a su marido, Francisco Gómez y sus dos hijas adoptadas Amaia y Victoria, son una de las 13 familias de acogida de urgencia de la Comunidad de Madrid . En cualquier momento pueden recibir una llamada para que acudan a recoger a un pequeño -desde recién nacidos a niños de tres años- que no puede permanecer en ese momento con su familia biológica. A Elena, el tercer bebé que cuidan, la recogieron con tan sólo siete días.

Desde el 2010 esta pareja tiene una habitación preparada de forma permanente para recibir a un bebé y cuando llega le atienden física y emocionalmente como si fuera propio. Esta entrega surgió por un "nuevo deseo de maternidad". Durante un viaje a Italia con la asociación
Familias de Acogida escucharon en un documental testimonios de personas que realizaban este tipo de acogimiento y descubrieron una labor que les daba la oportunidad de mostrar también su "agradecimiento". Alguien cuidó de sus hijas en Ucrania antes de que llegaran a sus vidas hace siete años, recuerdan. Y ellas, con 13 y 15 años, valoran especialmente la importancia de que esos bebés tengan desde que nacen una familia porque las dos crecieron en una institución. La delicadeza con la que la menor trata a la pequeña Elena es reflejo de ello.

"Qué suerte tienen estos niños", le dicen con frecuencia a Begoña. Y ella, sin dudar, responde: "No, qué suerte tenemos nosotros de que podemos contar con estos nuevos hijos". Pero son hijos que se marchan mucho más temprano que el resto. Habitualmente los bebés están unos seis meses con sus familias de acogida de urgencia, pero Elena, por las dificultades a las que ha tenido que enfrentarse, entre ellas una operación quirúrgica, ha permanecido más tiempo. "Es la abuelita del programa", bromea Begoña.


La próxima semana conocerá a sus "nuevos papás" (de acogida permanente) y tras un mes de adaptación se marchará con ellos. Las familias de acogida de urgencia tienen muy presente desde el primer momento que es una medida transitoria hasta que se decide el futuro del bebé -si vuelve con su familia biológica, es adoptado o acogido de forma permanente- y que los pequeños se irán: "Nunca nos podemos quedar con los bebés. Les acompañamos un tramo, no toda su vida". Y ese tiempo, aunque "no le arreglas la vida" pero "sí puede experimentar lo que es ser querido".
Elena Marigorta: "Tenemos que ayudarle a crecer como personas"

Para esta mujer de sonrisa permanente y entusiasmo contagioso, el acogimiento es una forma de vida. Desde que se casó, ha abierto las puertas de su vivienda a personas mayores o jóvenes con necesidades y les ha atendido durante unos días. Y ríe cuando recuerda lo que su madre le dice frecuentemente: "Siempre tienes la casa llena. ¿Quién toca ahora?".


Y hace siete años "tocaba" una madre adolescente que atravesaba un momento de gran dificultad. "Sola, desorientada" y con un bebé recién nacido encontró en la casa de Elena Marigorta una familia, pero tras seis meses de una complicada convivencia decidió marcharse y dejar a su pequeño allí segura de que Jorge (nombre ficticio) crecería mejor junto a ella que a su lado. Elena y su marido regularon esa situación y comenzaron un proceso de acogimiento permanente con el deseo de "ayudarle a crecer como persona" sin que pierdan sus vínculos con su familia biológica, con la que el futuro podrían regresar.

Tres años después, esta pareja, con dos hijas biológicas de 22 y 19 años, aumentó su familia con la llegada de Pablo (nombre ficticio), un bebé de diez meses, a quien recogieron en una residencia. "Venía con problemas" y ahora es un "elemento" de cuatro años que no para ni un solo momento, dice feliz. Mientras ella habla, él y su hermano corren y juegan al fútbol y disfrutan de la pequeña tregua que dio la lluvia a Madrid en aquel día gris de abril.

Con la acogida, asegura Elena, trata de "devolver al resto de la sociedad" lo que ella ha tenido, una "familia fantástica". Durante esta experiencia, aunque "se pasa por momentos difíciles", siente que se ha fortalecido la relación entre todos los miembros de su familia. "Te enseña mucho", asegura, porque "todo lo valoras de forma distinta". Y todos los días al despertar se lo recuerda a sus cuatro hijos: "Buenos días, qué suerte tenemos, empezamos un nuevo día juntos".
María Estrella: 'Soy parte de esto. Es mi vida. Es mi familia'

"Si volviera a nacer volvería a hacer exactamente lo mismo que hago ahora", asegura sin dudarlo un segundo María Estrella, enfermera que trabaja para la
ONG Plan desde hace más de 18 años en las zonas de Cañar y Loja, en Ecuador. "Bueno, con más amor aún", continúa, como si eso fuera posible. Actualmente, es coordinadora de Protección contra el maltrato y la violencia sexual y desempeña su labor directamente con niños y adolescentes que sufren esta problemática, aunque para realizar bien este trabajo, Estrella tiene que pasar inevitablemente por el trato con los adultos.


Todos en las comunidades respetan y reciben con cariño a esta mujer que cuando empezó a trabajar en Plan lo único que tenía era "su maletín, una mochila y un palo" para sostenerse al caminar. Se tiraba horas y horas en los caminos para llegar a las comunidades indígenas y poder atender a los enfermos. "A mí no me importaba ni la lluvia, ni el sol, ni el cansancio, lo más importante era ver cómo te recibía la gente completamente entusiasmada". Prácticamente sin medios, Estrella ayudó a traer a este mundo a muchos niños y salvó la vida a otros tantos. Sin embargo, también recuerda a los que no pudo auxiliar: "lo más triste es a los niños que he visto morir. Tengo grabado en la memoria el pequeño con neumonía que murió prácticamente en mis brazos. Nada se pudo hacer", recuerda casi para sí misma como el ejemplo del fracaso que marca.

Sin embargo, son muchas las batallas que ha ganado María Estrella trabajando día tras día como esa madre preocupada por la entrada de sus hijos al mundo de los adultos. Ella reúne a los chavales de entre 9 y 19 años de los pueblos para darles una buena educación sexual. Para eso tiene que lidiar contra una tradición machista que obliga a la mujer tras quedarse embarazada a casarse, aunque sea prácticamente una niña, ejercer de ama de casa y abandonar la escuela. Casos muy comunes y que van unidos normalmente a los malos tratos. "Poco a poco las cosas han ido cambiando. Muchas niñas terminaron el colegio, ahora son mujeres y líderes de su comunidad, trabajando conmigo han aprendido, han avanzado y han podido decir no al maltrato. Ahora ellas están formando a otras", explica orgullosa María Estrella, que durante estos años ha preparado a más de 1.200 voluntarias y que cree que "como mujeres somos más fuertes de lo que pensamos, y podemos crear no sólo un mundo nuevo, sino dos enteros si nos lo proponemos".

Pese al afecto y el respeto de la gente, no todo ha sido fácil para esta especie de madre sabia a la que todos escuchan. "Tuve problemas con mi hijo mayor y pensé qué pasó, ayudo a tantos niños y qué pasó con el mío", se preguntaba hace años cuando su hijo biológico cayó en el mundo de las drogas. Se apoyó en las mujeres que tenía más cerca y "con las madres de las comunidades lloraba y ellas conmigo y con ellas aprendí a ser más fuerte; a ver los problemas con una solución detrás", asegura aparentemente repuesta del sufrimiento y con fuerza para seguir luchando. Es esa energía, esa pasión que le pone a su quehacer diario lo que ha propiciado que muchas niñas en las comunidades lleven su nombre. Cuando llega a los pueblos la gente la saluda, la abraza, le muestra cariño y reconocimiento. Y ella siente que es ese amor lo que la alimenta. "Siento que soy parte de esto. Es mi vida. Es mi familia", concluye feliz.
Rosalba Morales: 'Siento que hago una labor de madre'

El despertador suena muy temprano en la casa de Rosalba Morales. A las cinco de la mañana comienza a recibir a los 16 niños de los que se hace cargo en su propio hogar. Ella es una madre cuidadora de las 140 que hay en las
Casas de Cuidado Diario Infantiles en Chihuahua (México), proyecto apoyado por Unicef desde sus inicios.


"Tengo niños desde un año y medio hasta los seis. Los mayores de tres los llevamos al colegio a las 9 de la mañana y los recogemos a las 12. Luego les damos el almuerzo, les ayudamos con los deberes del cole… Lo que haga falta hasta que los recojan sus mamás, las de verdad, a las cinco de la tarde", resume Morales un día cualquiera en su vida como responsable de estos pequeños.

El hogar de Rosalba se ha convertido en una Casa de Cuidado Diario para dar atención y cuidado a los niños de madres trabajadoras que no tienen donde dejar a sus hijos. Ella, madre biológica al mismo tiempo –"tengo tres hijos; mi hija tiene 20, uno de 15 y uno de cuatro que ha crecido dentro de la guardería instalada en mi casa"- entiende la importancia de que "los niños a edades tan tempranas no se sientan solos o desprotegidos cuando sus papas están trabajando". Y es ahí cuando entra en juego Rosalba. No sólo les ayuda con las tareas del 'cole' o da clases ella misma a los más chiquititos, también les prepara el almuerzo, les escucha cuando es necesario y les da todo el cariño que necesitan para que se sientan como en su propia casa y no echen de menos a la figura materna.

Lleva más de ocho años abriendo las puertas de su hogar a niños que la necesitan. Su mayor satisfacción sigue siendo "ver la sonrisa de los niños" y, con el paso del tiempo, comprobar que los pequeños que estuvieron a su cuidado la saludan con mucho cariño. "Tienen un buen recuerdo de mí y eso es porque tuvieron un buen crecimiento dentro de mi casa. Eso es para mí lo más gratificante", asegura esta madre cuidadora, como las llaman en la propia organización, para concluir: "Sí, siento que hago una labor de madre con estos niños".
Ilse Robledo: 'Ayudarles siempre vale la pena'

Todos los días Alejandro, de cinco años, le trae una flor que arranca de camino a casa; Dévora, de 10, le escribe tarjetas y cartitas y Miguel, el mayor de 17 años, le regala dibujos con "todo el cariño" . Ilse Robledo siempre está presente para ellos, como los seis -también Álex, de 14 años, Victoria, de seis y Micaeli, de cuatro - lo están en cada momento para esta boliviana de 53 años.



Convive con ellos, les alimenta, les educa y atiende sus necesidades, físicas y emocionales. Es una de las madres SOS de Aldeas Infantiles que "acompaña" en su día a día a niños en situación de desamparo para que tengan esa infancia y esa familia a la que "tienen derecho". Y el camino no es fácil. Son menores que son separados de sus padres biológicos y que han sufrido "experiencias trágicas y lamentables". "Cada uno trae una realidad diferente y un carácter distinto" y tienen que convivir con "personas que no conocen".

Ilse Robledo llegó a su vida hace tres años, cuando comenzó a trabajar con esta organización después de buscar durante mucho tiempo una ocupación orientada a la ayuda social. Y lo hace con total dedicación. Reside con seis niños en la aldea de El Escorial (Madrid) y libra dos días a la semana, en los que la sustituyen las dos personas de apoyo que comparten habitualmente tiempo con los niños. Y son esos miércoles y jueves los comparte con la familia que tiene "fuera"-su marido, su hijo de 33 años y su nieto-, a la que tuvo que "renunciar" para formar una distinta que le requería exclusividad plena. Aunque pudo hacerlo, eso sí, porque contaba con su apoyo. "No habría podido elegir entre unos y otros", reconoce.

"Yo quiero que seas mi mamá", le dicen en ocasiones los más pequeños. Y se enternece, pero ella tiene claro que ellos tienen "ya una madre y no pretende suplirla". En medio de la rutina diaria, junto a las comidas, los deberes y los juegos, Ilse trata de darles la seguridad, la confianza y la estabilidad necesarias para su desarrollo personal y de la que carecían. Pero también, como en cualquier familia, hay momentos en los que asaltan las dudas.

Recuerda una ocasión en la sintió que uno de los adolescentes "le faltaba al respeto" y se planteaba con tristeza en qué había fallado como educadora. Recibió entonces la llamada de Yoni, uno de los jóvenes con el que había convivido hasta que cumplió la mayoría de edad. Una sola frase de él le devolvió la confianza y la fuerza para seguir adelante: "Ilse, eres la mejor educadora de he tenido".

Se lo dijo a ella en aquel momento y lo repite sin dudarlo un instante cuándo se le pregunta por lo que significa Ilse para él. "Siempre me ha demostrado que me quería", explica este joven de 19 años al otro lado del teléfono. Pequeños gestos como acercarse a su habitación para hablar con él cuando le notaba triste crearon una relación de confianza y cariño, que aún hoy, lejos de esa vivienda en el Escorial, se mantiene.

"Es muy difícil controlar los sentimientos, hay que tratar de no implicarte tanto que al final te afecte pero tampoco ser indiferente". Como cuando se marchan, un momento que no es fácil. "Han pasado muchos niños que se han ido yendo por distintas circunstancias", explica, pero "aunque estén lejos o estén cerca, ellos ya forman parte de mi vida hasta la muerte. Esto es lo que he anhelado siempre. Aunque lo pases mal, ayudarles siempre vale la pena".


Elisabet Ruiz: 'Sólo los niños dan abrazos porque sí'

Elisabet no tiene hijos pero ejerce de "mamá y de papá" desde hace cinco años todas las tardes en la ludoteca Colorearte de Save the Children en Leganés . Familias con dificultades llevan al centro a sus hijos de entre 4 y 12 años cuatro horas a la semana de forma gratuita. Algunos niños vienen derivados de Salud Mental porque sufren problemas de adaptación.

Allí aprenden a socializarse a través de diversas actividades y se reservan espacios para que puedan expresar sus emociones o pensamientos. Y muchos de ellos, sobre todo los mayores, han creado en este tiempo un vínculo especial con esta joven maestra de 31 años, a la que buscan para contarle confidencias, preocupaciones o incluso si necesitan ayuda. Y cuando se ausenta rehuyen incluso al compañero que la sustituye porque "no quieren estar con otros".

Su implicación también les da a esos niños nuevas oportunidades. Como la ocasión en los que decidió llevárselos a la piscina o al cine y descubrió a través de sus caras de "alucinación" que muchos de ellos nunca había tenido la posibilidad de hacerlo. Pese a que más días de los que quisiera se "lleva las preocupaciones a casa", habla con entusiasmo de un trabajo que considera enormemente "gratificante". Y entre otras muchas cosas y especialmente, por esos "abrazos que sólo los niños dan porque sí".
 

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