sábado, 5 de enero de 2013

Un Sacerdote muy peculiar.

 
 
Hay testimonios que son verdaderos, en el sentido de vividos e incorporados a la vida y también incrustados en la vida del que los emite. Otros en cambio son falsos, huecos, vacíos de vida y de verdad. Unos y otros se confunden en la algarabía del mundo.

El testimonio de Guy Gilbert, el sacerdote motero, con su chaqueta de cuero y su pelo largo, encaja en la primera categoría. El lenguaje del autor es combativo, frontal, pone muchos puntos sobre muchas íes. En vez de darnos palmadas en la espalda, parece querer pasarnos una lija. Pero es lenguaje también compasivo y detrás de la apariencia peleona y dura, detrás de la coraza, hay poesía y más allá, hay amor. Ambos a raudales.

Pertenece Gilbert a esa raza de personas, más numerosa de lo que pensamos, que dan y se dan en cada instante y que sufren con el sufrimiento ajeno. Es parte de ese ejército de hombres y mujeres callados que intentan despojarse cada día de la gran lacra que asola a las sociedades modernas: el egoísmo individual y colectivo y el miedo y la banalidad que se derivan del mismo. El mensaje del autor parece circunscrito a Francia, ese bello y admirable país. Pero es también universal, porque el gueto y la exclusión existen en todos los lugares del planeta.

El padre Guy Gilbert nos lleva de la mano al mundo de lo que la sociedad considera los perdedores. Aquellos a los que la vida ha puesto en situación de marginalidad, por esta o aquella razón. Son los que viven en situación de extrema fragilidad, por conducta propia o ajena. Llegados a ese mundo desharrapado y frío, gris como una mañana invernal, nos pide Gilbert que soltemos su mano protectora para extenderla a cada uno de estos hombres y mujeres mientras miramos a sus ojos. Y mientras lo hacemos, él se aparta y se va, y nos deja a solas con ellos.

Ocurre que cuando miramos a los ojos del otro, sin perjuicios ni prejuicios, puede que nos veamos ante un espejo, puede que nos veamos a nosotros mismos. Porque detrás de esos ojos que estamos mirando hay una persona y detrás de ella hay siempre un alma. Y en ese alma intuimos que hay una hermandad con la nuestra, un hilo que nos une además a una fuente común. Esto nos propone Guy Gilbert: a pesar de las barreras físicas y psíquicas que hemos construido entre esas dos almas, podemos buscar el milagro de encontrarnos en otro plano. Y nos anima a hablar, a preguntar, a compartir, a pronunciar el nombre del otro.

Dice Gilbert que corresponde a cada uno mirar a su alrededor para ponerse en marcha y movilizarse. Porque cada uno de nosotros tiene ante si un reto: responder cuál es la llamada del tiempo (de este tiempo). Es una llamada muy personal que atañe a grandes pero sobre todo a pequeñas movilizaciones. Las movilizaciones, los compromisos, tienen que ver con hacer la vida cotidiana más armoniosa, en todas sus dimensiones. Y quien habla de armonía habla de amabilidad, de actitud amorosa, de hacer que las almas habiten más dulcemente los cuerpos.

Gilbert, sugería yo más arriba, nos coge de la mano y nos lleva a los colectivos marginales, a los barrios en los que nunca hemos estado y en los que no queremos estar. Frente al rostro duro, quizás también cínico e hipócrita, del hombre apaleado por la vida, que también puede que haya sido violento y delincuente, Gilbert nos pide que revisemos la nuestra para preguntarnos si la estamos viviendo con dignidad y responsabilidad. Con coherencia. Nos pide sobre todo coherencia. Y más allá de ello reclama dos cosas adicionales: generosidad y solidaridad, dos retos mayúsculos.

Gilbert no rehúye recomendaciones prácticas para prevenirnos de actuar con cautela, discriminación e inteligencia. Porque en ese mundo al que nos lleva hay sin duda peligros y engaños. Proceden de la ignorancia y de la escasez, pero están ahí. Ello da a este libro mayor verosimilitud porque nace de la experiencia.

Recrea Guy Gilbert en este libro muchos de los mensajes de Jesús, en otro contexto y tiempo, pero no distintos. También expresa a su manera lo que escribió Yogananda de que “el árbol genealógico de todos los hombres es impresionante: ¿no son todos hijos del Más Alto, y coherederos de un reino eterno?”. El fondo es el mismo, no hay diferencia: en todo ser humano hay una chispa interior, esperando encenderse. Es mensaje auténtico, puro y limpio. Revolucionario, hermoso.
Gracias a Gisèle Tanguy y a Jordi Nadal este ¡Ocúpate de los demás! ve la luz en la vieja piel de toro. De Gisèle podemos decir que es una dama sensible, tan elegante por dentro como por fuera; y de Jordi, el buen y amoroso editor, podemos decir que nada humano le es ajeno.

Guy Gilbert es el sacerdote motero, el de la chaqueta de cuero y la melena, el que pone los puntos sobre las íes…, es el hombre que nos mete el dedo en el ojo y que nos da algunas collejas…., el que nos zarandea y nos empuja…

Pero al final de todo ello, nos abraza. Y luego nos invita a comulgar en silencio.

Gracias, Guy Gilbert, por estar ahí, por marcar un camino, un ideal. Por zarandearme tan amorosamente.

Que Dios te guarde. Que todos caminemos juntos.

Joaquín Tamames
 
 
(El Libro "¡Ocupate de los demás", editado por Plataforma Editorial, estará en las librerias de España a mediados de enero de 2013)
 
fuente: Facebook Fundación Ananta

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