Warren Buffett, tercera fortuna del mundo, defiende que los adinerados tributen más que nadie
Presume de un gusto por lo modesto y siente debilidad por la Coca-cola sabor cereza.
Aún vive en una casa que compró en 1958 por 31.500 dólares y no le interesa tener ‘jet’ privado.
La paciencia es algo que se estila poco en Wall Street, donde el común de los inversores compite con máquinas que operan a la velocidad del relámpago. Los más viejos del lugar creen, sin embargo, que es una virtud. Warren Buffett se lo toma todo con mucha calma, a su ritmo. No le gusta eso de ir de flor en flor, como hacen los grandes especuladores. Su estrategia es más bien ser leal a acciones de empresas made in EEUU que perdurarán.
Al oráculo de Omaha se le ve en forma a sus 82 años, y eso que durante el verano fue sometido a un intenso tratamiento para combatir un cáncer de próstata que le detectaron en una fase muy incipiente. Estos días está metido en la promoción del último libro que le tiene como protagonista. Una recopilación de artículos que se han ido escribiendo sobre su persona en la revista Fortune.
La tercera mayor fortuna del mundo, según Forbes, es ahora la voz de la conciencia de los más pudientes. Acepta que subir los impuestos a los que ganan más no tendrá un efecto mayor en el mercado laboral, en un país donde una tasa de paro que ronda el 8% es una tragedia. Pero sí insiste en que es una cuestión moral mirando a los asalariados, que son los que están pagando más impuestos en proporción a lo que ganan.
Esa brecha la representa con la figura de su secretaria, Debbie Bosanek, cuyos ingresos son esgrimidos como ejemplo. Se puede discutir sobre si Buffett tiene o no razón al presentar los números sobre los impuestos que paga. Pero lo que está claro es que este inversor de aspecto bonachón que podría pasar por el vecino está echando leña con la Buffett rule (la que aboga por esa subida de impuestos a los más ricos) a un debate muy emotivo, que además le está granjeando enemigos entre sus pares, que no están para escuchar sus sermones éticos.
Los títulos no son casuales, como cuando actuó cantando I’m only a paperboy. Y es que si Warren Buffett no hubiera dado con su pasión por invertir, ahora sería seguramente periodista. No siempre fue rico, aunque ya de niño dio con la manera de hacer dinero. Su padre, corredor bursátil, perdió su empleo por la Gran Depresión. De él aprendió que se puede hacer dinero sin trampas. De la madre, lo de hacer cuadrar y crecer los números.
A los 11 años hizo su primera inversión. Fueron tres títulos de Cities Services, una firma energética. Le compró otros tantos a su hermana. A los 14 se mudó con su familia a la capital de EE UU, donde trabajó de repartidor de The Washington Post. Ahora es accionista del grupo editor y ocupa un asiento en su consejo de administración. Su objetivo era ser millonario a los 30 años. Lo logró en 1962. Es conocido por invertir en compañías esenciales para la economía, incluidos bancos.
El paso de los años forjó una estrecha amistad entre la editora de Fortune y el inversor, hasta el punto de que es ella quien le edita la esperada carta anual que Berkshire Hathaway manda a sus accionistas. El libro cuenta la historia de su amistad, por qué está dando su fortuna y su pasión por el bridge online, al que juegan religiosamente todos los lunes por la tarde.
Su forma de invertir no cambió con el tiempo. Tampoco sus gustos. Buffett tiene debilidad por la Coca-Cola con sabor a cereza. Hay, incluso, quien se pregunta en Wall Street si la compañía de Atlanta la sigue vendiendo solo para tener contento a uno de sus accionistas de referencia. También por el helado de vainilla. Su dieta es bastante básica, como su estilo de vida, modesto, aunque tenga siempre a su disposición los aviones privados de otra de las compañías que tiene en su cartera de inversión, NetJets.
Otro libro sobre su figura Buffett: The making of an american capitalist, de Roger Lowenstein, recapitulaba algunos de sus hits ahorrativos. Cuando su primer hijo nació, transformó el cajón de una cómoda en moisés. Para el segundo tomó prestada una cuna. Condujo un viejo Escarabajo hasta que su difunta esposa le convenció de que daba mala imagen a un hombre de su posición y lo cambió por un Cadillac.
Por no cambiar, vive en la primera casa que compró junto a su mujer en 1958 (pagó por ella 31.500 dólares de la época). Buffett es una persona disciplinada. Su estrategia de aguantar la inversión el máximo tiempo posible, una filosofía heredada de Ben Graham. Sin embargo, es contrario a tener un coche o un avión en propiedad, porque pierden valor. El éxito del oráculo de Omaha es muy difícil de emular en un mundo que busca el beneficio a corto plazo y en el que esto de invertir es un hobby de las rentas más altas.
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