Hay una salida a las situaciones extremas de miseria.Cuatro burkineses ponen caras, brazos y piernas al optimismo.
¿Es posible ser positivo ante un drama como el hambre? A pesar de los horrores de esta lacra, yo diría que sí. No se trata de ignorarla o de frivolizar con su magnitud, sino de entender que existe una salida. Que hay miles y miles de personas en el mundo que consiguen prosperar y dejar ese hoyo de desesperación que te impide llegar a nada como ser humano. Que nada es peor que la resignación. Y que a veces, con un poco (muy poco) de solidaridad, se consiguen cambiar vidas que, a su vez, cambian otras vidas.
En mi reciente viaje a uno de los países más pobres del planeta, Burkina Faso, pude conocer a cuatro personas que pueden servir de ejemplo al respecto. La vida de todas ellas está relacionada con la agricultura, cosa poco sorprendente si tenemos en cuenta que, paradojas de este incomprensible mundo, la mayoría de la gente que sufre el hambre se dedica al cultivo de alimentos. Y hay más cosas que les unen. Directa o indirectamente, los cuatro han mejorado sus condiciones de vida con el apoyo de una ONG que lucha contra la pobreza, Oxfam Intermón. Pero sobre todo lo han logrado gracias a su esfuerzo y a su capacidad para formarse, unirse y obtener unos rendimientos económicos justos de su trabajo.
Cuando hablamos de pobreza es fácil perderse en mares de cifras... y acabar hundido en la parálisis ante la fatalidad. Estos cuatro burkineses ponen caras, ojos, brazos y piernas al optimismo.
La presidenta con moto
Mariam Sawadogo es una mujer rotunda de 58 con madera de líder. Presidenta de la Uneriz, organización de mujeres transformadoras de arroz creada con el apoyo de Oxfam Intermón, distribuye tareas, supervisa cuentas y participa en reuniones. Lleva 30 años trabajando el cereal, y cuatro años encabezando esta unión que agrupa a más de 2.000 burkinesas. Su caso demuestra que el cambio es posible: antes de empezar con la cooperativa, tenía constantes problemas para mantenerse, no podía enviar a la escuela a sus hijos y no le llegaba ni para comprarse una bicicleta con la que desplazarse. Ahora mantiene a su familia, paga la educación de sus nietos y dispone de una moto. Ella es la prueba viviente del efecto dominó de la salida de la pobreza, porque los que le rodean lo tendrán más fácil para no caer en ella. Son vidas que cambian vidas.
La defensora de las mujeres
Productora de maíz y defensora de los derechos de las mujeres, Sanou Mazouma confirma la sensación que tiene cualquier persona mínimamente observadora que viaje a la Burkina rural: ellas trabajan mucho más que los hombres. “Son las últimas que se acuestan y las primeras que se levantan”, afirma. Mazouma, de 42 años, enseña organización, contabilidad y técnicas de producción y transformación del maíz en productos con un valor añadido mayor. También promueve en ellas la exigencia de respeto por parte de sus maridos, una idea que choca con el machismo rampante entre los hombres, sobre todo entre los que no han recibido ninguna educación. Ella misma discute con frecuencia con su esposo por asuntos de sexismo, pero afirma optimista que poco a poco éste va entendiendo sus posiciones igualitarias. El desarrollo económico es fundamental para que las mujeres sean respetadas: en el momento en el que se convierten en un elemento básico en la cadena productiva, su voz se escucha a la fuerza.
El cultivador incansable
Kindo Yacouba cultiva arroz desde que era un niño. La postura en la que se recoge manualmente, la furia del sol africano y la omnipresencia de los mosquitos que transmiten la malaria hacen que muchos abandonen este trabajo, pero él, como su padre, sigue viviendo de él a sus 43 años. Yacouba, que tiene dos mujeres y seis hijos, explica que la pertenencia a una cooperativa ha permitido a sus 150 miembros acceder a créditos y formación. Es decir, a no estar tan a merced de las condiciones metereológicas y de los vaivenes del mercado. Ahora bien, asegura que los tiempos siguen siendo duros. El empobrecimiento de los suelos por el monocultivo ha causado un descenso de la productividad, por lo que Oxfam intenta ayudar a su organización para que lo frene utilizando fertilizantes provenientes del compostaje de desechos orgánicos.
El testigo de otros tiempos
Como muchos de los hombres burkineses, Seydou Ouattaze posee finos rasgos faciales y una planta envidiable. Nada en el impecable aspecto de este musulmán de 55 años revela el pasado de su poblado, en el que el hambre asomaba la cabeza cada vez que las condiciones meteorológicas no eran propicias. La introducción del maíz, un cereal cuyo ciclo productivo es más corto que el de cultivos tradicionales como el sorgo y el millo, y la utilización de semillas mejoradas del mismo, lo cambió todo. En su aldea, se elaboran ahora distintos alimentos derivados del maíz como la harina, el cuscús, la pasta de maíz tierno y las papillas para niños y ancianos. Combinados con el caupí (una legumbre que allí llaman niebé), estos productos han acabado con la desnutrición.
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