lunes, 2 de abril de 2012

Dominique Lapierre y la Madre Teresa, "lo que no das, lo pierdes"


Ante Dominique Lapierre, uno siente un ataque de insustancialidad.
Primero, como miembro del llamado género humano. Gracias a su labor benéfica, miles de niños hoy en la India esquivan los lanzazos de la miseria: lepra, tuberculosis, inanición, abandono, analfabetismo... Y tantos otros.
Segundo, como periodista. Él encarna como pocos la figura del reportero intrépido y aventurado que recorre países, continentes, se entrevista con asesinos, presidentes, parias, lores, dedica meses, años incluso, a investigar un tema, acumula toneladas de documentos y horas y horas de grabaciones, y luego, tras un enclaustramiento puntual en su casa en el interior de la Costa Azul, alumbra libros-reportaje que vende como rosquillas y, en algunos casos, llegan a modificar el curso de la realidad (para bien). Periodismo, con mayúsculas.

Todo surgió en los años 60. Dominique Lapierre trabajaba para la revista Paris Match. Durante una comida, hablando con su jefe, el emblemático reportero Raymond Cartier, se le iluminó la bombilla sobre la cabeza. Cartier le dijo: "Si yo tuviera tu edad, me iba a la India, a investigar sobre aquel hombre desnudo que llevó al país a la independencia". Lapierre recogió el guante y se marchó para allá, junto a su compañero de andanzas Larry Collins, con quien ha firmado a cuatro manos buena parte de sus libros. Recorrieron 20.000 kilómetros por todo el país .

Ese periplo acabó comprimido en Esta noche, la libertad, que salió en 1975. Lapierre ya sentía que su destino correría en paralelo al de aquel fascinante país, un mosaico innumerable de lenguas, religiones, conflictos, encantos, contrastes... Pero fue en 1981 cuando su relación con La India se estrechó hasta fundirla con su propia biografía. Ese año tuvo el primer encuentro con la madre Teresa de Calcuta: "Fue en su capilla de Calcuta, a las cinco de la madrugada". La monja albanesa se lo dijo bien claro a Lapierre: "Los libros no son suficientes". Tanto le admiró la devoción que sentía por los intocables aquella mujer diminuta, que dormía sobre una esterilla, cercada por cucarachas y ratas, que el autor francés decidió que era el momento de arremangarse para ayudar a aquella gente que tanto le había dado.

Cabe dudar de las posibilidades de la literatura para cambiar y mejorar la realidad. Pero a veces ocurre el milagro. La estancia de Dominique Lapierre en Calcuta le cambió la vida. De su experiencia allí, en mitad del caos de esta megalopolis, nació La ciudad de la alegría, un libro del que ha vendido más de nueve millones de ejemplares. Luego fundó una ONG para ocuparse de los leprosos que viven hacinados en sus barrios periféricos, mantiene comedores, barcos-hospitales que navegan por el delta del Ganges y atienden a un millón de habitantes de islas que ni siquiera aparecen en los mapas. Y en eso sigue. Esta actividad benéfica se sostiene con los ingresos por derechos de autor de su obra. Lapierre aprendió muchas cosas importantes en la India. Pero la que tiene más clara, la que lleva como divisa, es la enseñanza, simple y definitiva, que le brindó la Madre Teresa: “Lo que no das lo pierdes”. 

P.- ¿Sigue creyendo que Calcuta es la ciudad más alegre del mundo?
R.- Es una ciudad muy difícil, superplobada, con un tráfico horrible, contaminada, confusa, pero allí he descubierto más valores humanos que en ningún otro lugar del mundo. No tienen nada pero lo tienen todo, porque permanecen en pie frente a todas las adversidades.

P.- ¿Le preocupa qué va suceder con su ONG en la India cuando ya no pueda estar usted manejando el timón?
R.- Sí, es algo que pregunto cada día: qué va a pasar cuando ya no esté aquí. Pero me consuelo pensando en la Madre Teresa. Yo siempre le preguntaba a ella a lo mismo. Y me decía: “No te preocupes, señor, Dios se ocupará del asunto, seguro que elige a otra monjita más santa y más buena que yo para continuar”. Y así ha sucedido: su orden sigue muy activa y funciona muy bien. Ahora hace falta que escoja a otro Dominique Lapierre, para que siga con mi trabajo.

P.- ¿Diría que es el escritor más optimista del mundo?
R.- El que más no lo sé. Lo que si sé es que soy optimista. Y mi divisa es: “Lo que no das lo pierdes”. Esto también me lo enseñó la Madre Teresa.
A Lapierre le vuelve la sonrisa, que ni el cáncer que le viene buscando las vueltas desde hace 20 años, le ha arrebatado de su semblante optimista. Él la alimenta en la India cada vez que va: "La sonrisa de los niños de Calcuta es mi vitamina". Agita con su mano la campanilla que le regaló un hombre-caballo amigo suyo, esos que tiran de los rickshaws en mitad del infernal tráfico de Calcuta. ¡Esta campanilla es la voz de los sin voz!". A Lapierre se le abrillantan los ojos de una emoción húmeda al recordarlo. Y al entrevistador se le agrava el complejo de insustancialidad. 

Fuente: http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/2990/Dominique_Lapierre

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